Desde hace seis años funciona el proyecto de Terminalidad Secundaria del IPAP en el octavo piso de la sede central del IPSST. El objetivo de la sede es acercar la posibilidad de terminar el secundario a los trabajadores del Instituto. Para acondicionar todo el lugar se trabajó denodadamente. Había sólo dos meses para poner todo a punto. Toda el área de mantenimiento puso manos a la obra. Los herreros y carpinteros del sector tenían una gran tarea por delante, porque serían ellos quienes, con sus manos, darían forma a un aspecto fundamental de las aulas: bancos, escritorios y sillas. Por las vueltas del destino, parte de ese mismo personal que trabajó en la puesta a punto de las aulas, terminó sentado en aquellas sillas y utilizando esos escritorios.
Juan Maidana, es uno de ellos. Es uno de los carpinteros del Subsidio de Salud. Sus manos moldearon las maderas en las que él hoy deposita diariamente sus libros, junto a sus compañeros que cursan el último año del secundario. Con sus sesenta años, este orgulloso abuelo cuenta que mientras trabajaba construyendo el mobiliario, jamás creyó que él los utilizaría después. “Siempre pensé que era una oportunidad para los más jóvenes, no me veía estudiando a mi edad. Cuando vi a otros compañeros que lo hacían, me anime. Este año me recibo. En mi familia todos me apoyan sobre todo mis hijas, están muy pendientes y me ayudan“, cuenta Juan.
Se levanta todos los días a la cinco de la mañana, vive a veinte kilómetros de la capital provincial. Su horario de trabajo termina a las 14, pero nunca puede regresar a su casa antes de las 21.30. “Cuando termina el horario de trabajo ya me quedo aquí. No puedo volverme a mi casa y regresar para estudiar. Así que me quedo en el comedor que tenemos aquí, almuerzo y hago todas las consignas pendientes para presentar en clases. Es cansador, pero el esfuerzo vale la pena”, dice.
Otro ejemplo claro de que cuando se quiere se puede, es el de José Ramón Ruiz. Con treinta años, había pasado más tiempo alejado del sistema escolar que dentro de él. De oficio herrero. Como su compañero Juan, fue parte de los que fabricaron el mobiliario. “Participé en la construcción de toda la parte de hierros.
El haber formado parte de esto, de la construcción de esos muebles, es un gran orgullo. Saber que a eso que uno le puso tanta dedicación y trabajo le sirve a otros compañeros para alcanzar el objetivo de estudiar y luego ser uno quien también lo utilice, es un gran orgullo”, afirma Ruiz.
Para quien había dejado de estudiar a los quince años por tener que trabajar, esto significaba un gran desafío. Según José, “cuando se inauguró la sede y la contadora Nelly Ganim nos propuso a todos formar parte de esto, me entusiasmó. El primer año finalmente no me decidí, tenía miedo de que me vaya mal, pero al año siguiente sí lo hice. Me ayudó mucho lo que contaron mis compañeros, sobre la accesibilidad que había para los que trabajábamos”. A este trabajador, y ahora estudiante, no solo no le fue mal, sino que llegó a ser abanderado de la sede. Su promedio de 9.25, le permitió acceder a tal distinción. Hoy sus compañeros cuentan con orgullo que uno de ellos fue abanderado, como un ejemplo de que la vida siempre da revancha, que hay que aprovechar las oportunidades.
Tanto José como Juan, dieron batalla. Uno llevó con orgullo el estandarte nacional, el otro espera impaciente el acto de colación para recibir su diploma y demostrarle a sus nietos que el esfuerzo tiene sus frutos.